martes, 11 de diciembre de 2007

Conversaciones privadas II

Fue inesperado para mí también, tampoco esperé mi llamada. Fue necesario vencer el orgullo de un hombre que ha dedicado un par de lágrimas a una mujer, vencerlo para tomar el teléfono y dizcar el número de casa fingiendo no tener memoria. Los dedos me tiemblan y el pulso se me atora en las muñecas cuando me autoreceto olvido ¿Sabías que el napalm fue un sustituto perfecto de la gasolina? Gelatina de gasolina que sirvió para quemar la piel y enllagar los escombros del alma. Inflamable certero para atacar con la mayor arma que ha creado el ingenio humano: el hambre inflando como globo los pulmones. No importa, pensé que sería interesante distraer tus decepciones con un poco de historia. Siempre creíste que el pasatiempo preferido de la Historia es contar historias pseudoverdaderas, ¿acaso hay profesión más pretenciosa? Me dijiste que la poesía también miente y yo escondí el temblor de mis manos entre mis piernas; secar el sudor de la cobardía, que escurría las líneas de mi destino, en la entrepierna de mi pantalón.
Y allí estábamos, escuchando el plap plap de una lluvia persistente que parece que no moja pero, casi sin darnos cuenta, nos empapa. El mesero, interrumpiendo nuestra silenciosa conversación, nos ofrece la carta y ambos la leímos sabiendo que pediríamos lo mismo de siempre: un capuccino y una tacita de ágrio café turco. También sabiamos que ésta vez no habría intercambio de tazas, entre nosotros dejó de exisitir la palabra "compartir" y hemos abandonado cualquier prefijo que hable sobre nosotros: partir.
El mismo lugar y las mismas sillas de siempre, la misma tú, pero lo que sí cambió fue la carta. Creo que fue mejor el americano por ésta vez.
Por fin hablamos de algo, sobre los planes, esos planes que ya no espero y que sigo porstergando
Silencio...
Enciendo un cigarrillo y empiezo a hablar sobre la lluvia escurriendo su melancolía en la ventana. Terminaría hablando, una vez más, lo sabías, sobre Vietnam aunque en la guerra, aún treguas y dimisiones, siempre hay uno que se lleva la derrota con la cola entre las patas. Ésta vez sería yo y no lloraría mi muerte para burlarme de ella en un cementerio. No me burlaría de ella, menos aún frente a tí.
No más de tres minutos. Fue la alianza que hice con mi llanto.
No más de tres minutos, ésta vez, sólo ésta vez, cada quien se lleva sus penas para ahogárlas en su propia almohada.
Adiós, te dije. Me levanté y salí, no te atreviste a detenerme.
"Adiós" le murmuré a mi espalda y encendí un segundo cigarrillo sin darme cuenta hasta que se ahogó con una gota de lluvia entre mis dedos que ya habían dejado de temblar.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Conversaciones Privadas I

"Las mismas sillas de siempre", pensarías...Y, bueno, debo admitir que tu llamada no me dio tiempo de cambiar de lugar, de color de lápiz labial, de vestido, de vida...¿Por qué no me tomaste de la mano mientras hablabas de Vietnam y del caer triste de la lluvia en la ventana? Debo admitir que soñé con que me besarías a los tres minutos exactos, luego, saldríamos sin pagar la cuenta (no tendrías dinero y yo tampoco) y caminaríamos hacia el cementerio. Allí brindaríamos por nuestras tristezas, yo por las tuyas; tu, por las mías...Y, tomados de la mano, nos despediríamos de éste mundo, sin protocolos, sin insignias. Simplemente, diríamos adiós, tendidos en el suelo hecho cielo . Pero, "adiós", fue lo último que me dijiste a los tres minutos exactos.